Educar en la quinta revolución industrial

La inteligencia artificial (IA) no es nueva, llevamos casi una década usándola mediante Google. Lo nuevo es la inteligencia artificial generativa (GAI, por sus siglas en inglés); sus potencialidades abren muchos canales de apoyo para las actividades de cualquier sector profesional y, en esa medida, descargan de trabajo a los consumidores. Su mejor uso depende del aprendizaje de los usuarios.

Por desconocimiento, hay temores en cuanto a las implicancias operativas de sus aportes en el mundo real: si se siguen ingenuamente sus resultados, se pueden alcanzar efectos negativos, de mayor o menor escala según la materia de que se trate.

Algunos de sus alcances desafían ciertas capacidades consideradas exclusivamente humanas, como la creatividad y la sensibilidad ya que la GAI puede analizar encontrando patrones y luego crear algo nuevo según dichas pautas, sea una pintura, una novela, un poema, un plan de negocios, etc. Por ejemplo, este año hubo mucha controversia cuando Boris Eldagsen ganó el concurso anual de fotografía de la Sony World Photography Awards con una imagen generada mediante GAI.

Es cierto que las aplicaciones basadas en GAI pueden desplazar actividades operativas, mecanizadas o rutinarias. Por lo tanto, las ocupaciones y profesiones vinculadas a actividades de ese tipo podrían desaparecer, como ha pasado hace pocas décadas con las utilidades de la automatización (por ejemplo, en Canadá no hay personas atendiendo en las gasolineras, se hace mediante autoservicio; mientras que en Perú no hay gasolinera que no tenga personas despachando el combustible a cada vehículo).

De mayor envergadura son los riesgos éticos de su empleo: una vez que se ha aprendido a usar la herramienta puede usarse de manera inmoral (para que haga la tarea escolar, por ejemplo). La empresa española Vodafone concitó 50 especialistas de inteligencia artificial de diversos sectores económicos y sociales que emitieron el informe “Inteligencia artificial, impacto en el modelo de negocio” destacando, entre otras cosas, que los alcances de la inteligencia artificial en las organizaciones “repercuten en la sociedad por su impacto ético, social y medioambiental” (Vodafone, 2023, p. 3).

Su impacto no es un asunto accesorio, ni meramente técnico porque se trata del nuevo compañero de las personas del siglo XXI y, como tal, suscita muchas inquietudes ya que está provocando bastantes cambios y comenzará otros más debido a su lógica interna ya que está dotada de una capacidad de aprendizaje y esa disposición hace prever un incremento sostenido de capacidad de participación en las actividades humanas, como de hecho está sucediendo.

Este sucinto panorama nos urge a parar un poco la marcha para hacer algo que es muy nuestro, muy humano: pensar el sentido y uso de la inteligencia artificial generativa.

En una primera aproximación, podemos resaltar que este nuevo “colaborador” tiene un carácter instrumental y, en esa medida, requiere orientación y control por parte de sus usuarios. Son estos quienes deben tener presentes tanto los beneficios como los perjuicios que las máquinas pueden provocar en las manos equivocadas. Quizás esto es lo que nos obliga a dirigir la mirada hacia las instituciones escolares.
El compromiso de las organizaciones escolares con sus alumnos les impele a no ser ajenas a los cambios de las sociedades en que se encuentran inmersas, como esta nueva herramienta que se enmarca en el paradigma de la llamada quinta revolución industrial.

Uno de los primeros desafíos que emerge simultáneo a este artificio es el mayor conocimiento de sí que reclama al usuario cuyas capacidades emulan las máquinas. Por ejemplo, ¿acaso las máquinas pueden suplir todo el conocer humano o este es algo distinto, superior y, por ello, incomparable e insustituible?, ¿lo tenemos claro?

También: ¿en qué consiste la acción humana, qué la distingue de las actividades que pueden ser realizadas por las máquinas?, ¿las máquinas son o serán capaces de tomar decisiones?, ¿qué es decidir?

La otra piedra de toque es el anhelado progreso que bajo el empuje de este nuevo paradigma parece pasar a convertirse en una meta alcanzable, abandonando su típico lugar utópico ya que podría fjarse en indicadores manejables, como señalan las pautas de la Agenda 2030.

Estas inquietudes colocan a nuestras queridas instituciones educativas en un nuevo entresijo, pero con la misma tarea de ayudar a crecer a sus estudiantes para que se forjen como personas que no son ajenas a su propio mundo.

Acaso uno de los mayores desafíos de la coyuntura digital sea la presión por reducir al ser humano a su quehacer, a sus competencias operativas. Ello nos obliga a no ignorar lo que está pasando con los nuevos alcances de la tecnología digital para incorporarla a nuestros modelos pedagógicos en su justo lugar, sin excesivos o forzados protagonismos pasajeros.

Las escuelas deben incorporar la inteligencia artificial a los medios que emplean y a las enseñanzas que imparten sin dejar de lado a las singulares personas que llenan sus aulas ni a las singulares personas que guían a los alumnos en sus aprendizajes. En este sentido, las siguientes recomendaciones podrían servir de referencia para aproximarse a la inteligencia artificial:

  1. Acotar el concepto (¿de qué se trata?, ¿qué implica?, ¿con qué otros conceptos está relacionado?, ¿qué dicen sus creadores?, etc.)
  2. Explorar sus aplicaciones (¿para qué sirve?, ¿qué es lo que ya se está haciendo con la inteligencia artificial?, ¿en qué podríamos usarla?, etc.)
  3. Averiguar por la experiencia de otras escuelas amigas (¿hay iniciativas de IA aplicada en las escuelas amigas?, ¿con qué resultados?, ¿qué se ha aprendido?, ¿qué funciona?, ¿qué falla?, etc.)
  4. Medir las propias fortalezas (¿las herramientas digitales están integradas en la práctica docente de nuestros educadores?, ¿disponemos de los recursos necesarios [equipos y conectividad]?, ¿el uso de las herramientas digitales es prioritario para las familias?, etc.).
  5. Medir las propias debilidades (¿la formación que brindamos se centra en las personas?, ¿tenemos claro que nuestra labor no se reduce a la transmisión de nociones abstractas y habilidades técnicas?, ¿tenemos medios de formación humanística específicos?, ¿nuestros docentes están identificados con nuestro ideario?, etc.)
  6. Hacer planes (¿por dónde y cuándo comenzamos?, ¿qué puede aportar a nuestro modelo educativo?, ¿qué parte de nuestro trabajo admitiría este apoyo?, ¿qué parte no requiere el protagonismo de las herramientas digitales?, ¿qué recursos podría ahorrarnos para concentrar esfuerzos en otros aspectos?, etc.)
  7. Comenzar, en equipo, con entusiasmo, con humildad.

Aunque el desafío sea nuevo, sin embargo, no es ajeno. Los educadores son expertos del aprendizaje y por eso que son quienes se encuentran mejor preparados para dimensionar los alcances del nuevo paradigma en cuanto a sus beneficios y límites en el contexto más amplio -y más rico, es decir, de mayor valor- que es la persona humana que con estos adelantos tecnológicos confirma una de sus potencialidades específicas: la innovación, la creatividad.

(Slandau, 2023)

Acerca de David Arévalo

Soy un Educador y Profesor de Filosofía.

Publicado el septiembre 5, 2023 en Saludo. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.

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