Publicado por David Arévalo
Nuestros hijos están aprendiendo muchas cosas y necesitan de nuestro acompañamiento experto porque no todo lo que piensan tiene el mismo valor. Pensar, pensamos todos, pero acá consideramos el correcto pensar, el pensar que aclara dudas y enuncia soluciones (también se puede pensar oscureciendo las dudas y las soluciones).
Observar atentamente es uno de los primeros pasos para pensar; hacer el esfuerzo de concentrar la atención en un asunto para distinguirlo de otros es muy importante. Por el contrario, curiosear en todo lo que llama la atención no es buena receta ya que conduce a estar enterados de todo pero superficialmente.
La reflexión personal, el esfuerzo por comprender a fondo lo experimentado: buscar las causas, comprender las consecuencias compararlo con lo que yo –el hijo- ya pensaba sobre el tema.
Descubrir que la verdad produce una sensación de seguridad en quien la conoce y mientras menos verdad se tiene, menos seguro uno se siente. Lo contrario sería un error: el médico diagnostica una enfermedad y prescribe su tratamiento porque sabe lo que hace no porque así lo siente.
El estudio de casos. Podemos conversar con nuestros hijos sobre un tema cercano conocido por ambos y animarle a comprender las causas del suceso así como sus consecuencias; analizar si hubiera comenzado de otra forma, cómo habría acabado, cómo podrían haberlo resuelto de otra manera, etc.
La investigación continua también es una alternativa: comprender las ideas y las soluciones de otros nos da un ejemplo de cómo hacerlo nosotros y por lo general nos adelanta enormemente en el conocimiento. Por ejemplo leer juntos el editorial de un periódico serio y alentarle a identificar lo que dice y lo que supone relacionándolo con lo que acontece realmente.
Más que enseñar, hay que aprender a pensar ya que es una actividad personal. En la vida hay que aprender a pensar bien de forma que guíe mi obrar para ser feliz (todos los padres deseamos que nuestros hijos sean felices). Esta es la primera condición y la segunda es que sea en cuestiones relativas a la edad y capacidad de los chicos.
¿Y si no nos ocupamos de esto? Pues otros lo harán… Tal vez –con sus riesgos – nuestro mismo hijo, sus amigos, la televisión o el internet. A nosotros nos toca promover, ¿estamos dispuestos?